Camino sin rumbo y sin suerte. El viento sopla y se filtra por los pliegues de mi ropa. La mañana es fría, y de luminosidad blanquecina que proyecta a mi alrededor imágenes espectrales de un pasado cruel. Recuerdos de cosas que desearía no haber hecho.
Más viento y más fantasmas del tiempo. Giran a mi alrededor, susurran dolor en mis oídos. Vienen, mas no se van. Avanzan a mi lado. Entonces me decido, me detengo y giro, miró directo a una de esas visiones y le digo.
―¿Podés, por favor, dejarte de romper las pelotas?
―¡No te estoy rompiendo las pelotas! ―se enoja.
―Tengo las pelotas rotas, antes de que llegaras las tenía sanas. No sé, fíjate.
―Estoy ayudándote a no dejar de pensar en cosas que es importante que pienses. Salame.
―En esas cosas ya pensé mil veces, y pensaré mil veces más. No te necesito para recordarlas. Además, ahora quiero pensar en otras cosas. Me estás molestando, ándate.
―No me voy nada, no te estoy molestando, te estoy ayudando.
―No me estás ayudando en nada. Sólo me haces sentir mal sobre cosas que no puedo cambiar. Además ―entrecierro un poco mis ojos para agregar―, oles mal.
El aire frio se incendia de indignación a mi alrededor. La luz blanquecina de la mañana se tiñe de rojo.
―Soy una imagen espectral, ¡no tenemos olor!
―Pues yo olor siento, y acá no estamos más que vos y yo. Huele a ―hago una pausa para inhalar por la nariz― intimidad inpulcra.
―¡¿Me estás diciendo «conchuda»?!
―Yo sólo estoy diciendo a qué huele ―me encojo de hombros.
―Soy un espectro de tu pasado, pedazo de tarado, no huelo a nada. Y, si lo hiciese, sería a culpa ―el aire se vuelve a enfriar y la mañana vuelve a palidecer―. Culpa de lo que hiciste y que no debes jamás olvidar para así nunca repetir.
Abro la boca para responder, pero de momento no tengo respuesta y no digo nada.
―Ahh, ¿viste que tengo razón? ―me sonríe y me guiña el ojo― Dale, déjame que te ayudo. Sos una mala persona, sos una mala persona, sos una mala persona ―repite una y otra vez dando vueltas a mi alrededor.
―Realmente no veo cómo esto me ayuda.
Se detiene y me mira con una tenue sonrisa. Busca luego apoyar su mano sobre mi hombro en señal de contención, olvidando por un segundo que es un espectro. Su mano no hace contacto con mi cuerpo y lo atraviesa, haciéndole perder el equilibrio, trastabillar y caer. Luego se incorpora rápidamente haciendo como si no hubiera pasado nada y vuelve a mirarme con su tenue sonrisa.
―¿No querés acaso ser una buena persona? Estoy asegurándome que mantengas presente el hecho de que sos una mala persona, así no te distraés y lo solucionás pronto ―me sonríe de nuevo, ahora con una sonrisa más amplia que deja ver los dientes que no tiene.
―Es que no sé si soy una mala persona.
―¿Y todas esas cosas malas que pasaron por tu culpa?
―Pero es que yo no hice esas cosas. Yo hice cosas que tuvieron un poco que ver con esas otras cosas ―respondo mirando nada―. Pero yo no podía prever esas otras cosas cuando hacía las cosas que hacía ¿Quién hubiera podido? Si hubiera sabido no hubiera hecho las cosas que hice, hubiera hecho cosas distintas ¿No?
Me vuelve a mirar con su fantasmagórica cabeza inclinada a un lado, apretando un poco los labios y llenando sus ojos de empatía. O, mejor dicho, llenando las cuencas de sus ojos de empatía.
―Las cosas que pasaron, pasaron, ¿cierto? ―me pregunta, endulzando su espectral voz.
―Cierto.
―Y vos antes habías hecho cosas, ¿verdad?
―Es verdad.
―Y, para que las cosas pasen, primero tienen que pasar otras cosas que hacen que pasen, ¿o no?
―Bueno, sí. Pero no siempre. Ósea, depende…
Me apoya entonces con ternura el dedo en los labios para hacerme callar. Los labios se me congelan de un frío espantoso que duele.
―Basta ―me dice, volviendo a sonreír―, ya está, ya pasó.
―¿Y entonces qué puedo hace? ―le pregunto, ya no pudiendo evitar que me ruede una lagrima por la mejilla.
―Vos no querías que pasara. Ni siquiera te diste cuenta de que podía pasar. Hiciste algo que pensaste que estaba bien y terminó pasando algo que estaba mal. Incluso, para que pasara eso otro, tuvieron que pasar otras tantas cosas que vos no controlabas. Que vos no hiciste. Vos sólo hiciste lo que hiciste, y lo que pasó ya no se puede cambiar ¿Qué podés hacer entonces ahora? ¿Qué otra cosa podrías hacer? Odiarte a vos mismo, ¿no?
―Tenés razón. Gracias ―sonrió ahora yo, por primera vez.
―De nada, campeón, para eso estoy.
―¿Qué haría yo sin vos?
―Y, imagino que ser feliz, pero, por suerte, yo siempre voy a estar a tu lado.
―Gracias. Te quiero mucho.
―Yo también te quiero mucho. Te quiero mucho y también te odio un montón.
Autor Javier Banchii