Al cruzarse sus ojos, ninguno de los dos tuvo la fuerza como para desviar la mirada a tiempo. Lo lograron tras algunos segundos mas, para entonces, era ya demasiado tarde. La conexión estaba hecha, los ojos de él moraban en ella, y los de ella lo perseguían.
Ella intentó olvidar lo que acabada de pasar e intentó concentrarse en lo que hacía; incluso casi lo logró. Se rió en el momento oportuno de la anécdota de su marido y le sonrió mostrando sus blancos dientes al llegar la cena, para que viera lo contenta que estaba. Habían decidido probar aquel curiosos restaurante de la parte bonita de la ciudad, por cuya puerta habían pasado tantas veces sin atreverse a entrar. Ésta era una noche especial, y ella lo sabía. Se suponía que dedicase toda su atención a su esposo; que fuese él a quien ella miraba, él a quien le sonreía. Mas no podía evitar mirar de reojo una y otra vez hacia aquella otra mesa, hacia aquel otro hombre ¿Quién era y qué hacía allí? Le había sostenido la mirada por unos instantes ¿Sentiría él lo mismo que ella?
La cena continuó espléndidamente. Sabía cómo entretener a su marido y cómo hacerle feliz. Él, ignorando por completo lo que sucedía en el interior de su esposa, estaba teniendo una magnifica velada. Frente a sí, la sonrisa y el brillo en los ojos de su mujer le confortaban el corazón. Ella estaba un poco más callada que de costumbre, pero no importaba, él se sentía tan contento como para dirigir la conversación y llenar los silencios. Su compañía era la más hermosa de las rutinas, y la amaba hoy, tanto como ayer.
La sonrisa y el brillo en los ojos estaban allí, a la mesa, pero ella no. Sus ojos habían vuelto a encontrarse. Está vez por menos que un instante, pero fue suficiente. Sin nunca dejar que su marido lo notase, miraba una y otra vez al extraño, estudiando su figura, su vestimenta, sus ademanes y su compañía. Quería saberlo todo de él. No volvió a ocurrir que él mirase en su dirección cuando ella miraba en la de él; mas no hizo falta. Sin dejar de prestar atención a lo que su marido le decía, ella comenzó a imaginarse a sí misma en aquella otra mesa, con aquel otro hombre. Conversaban y se reían, llenaban los silencios con miradas profundas y buscaban cualquier excusa para tocarse, aunque fuera con el más leve de los roces.
El corazón comenzó a latirle con fuerza y debió excusarse al baño. El camino hacia los sanitarios pasaba cerca de la otra mesa; ella caminó por allí con la cabeza gacha pero con sus ojos fijos en él. Afortunadamente él no dejó de mirar a su compañía, ella no podía decir que hubiera pasado si sus miradas volvían a cruzarse, ahora que estaban tan cerca. Una vez en el baño, sentada en soledad, comenzó a sentirse mal consigo misma ¿Cómo podía estar teniendo semejantes emociones? Y por un hombre al que ni siquiera conocía. Se sitió estúpida e infantil. Se sintió vil y miserable. Se insultó a sí misma numerosas veces y juró no volver a mirar hacía aquel hombre que no era su esposo. Juramento que tardó algo menos de un instante en romper.
Al terminar la cena le dijo a su marido que prefería saltarse el postre y volver a casa.
―¿Segura? ―le preguntó él un tanto extrañado.
―Segura ―respondió ella con una tierna sonrisa y un beso al aire. Tenía suerte de tenerlo y lo sabía.
Al salir del restaurant el marido le dijo que lo esperase en la puerta mientras iba a buscar el auto. Esperando allí sola, vio como él salía del lugar y caminaba en su dirección. Se le cortó la respiración y se le apagaron los pensamientos. Quedó inmóvil en el lugar, sólo podía mirar hacia el hombre que se le aproximaba y esperar indefensa. Él le pasó por al lado sin siquiera mirarla; su pasión había durado menos que la cena; probablemente mucho menos.
Su esposo la esperaba ahora al lado del auto, se había bajado para abrirle la puerta y la esperaba dulcemente con una sonrisa de amor. Ella lo odió por eso.
Autor Javier Banchii
Me encata quisiera poder leer todo