Juan y Pedro salieron de la sala cine tan embelesados como las veces anteriores.
―¡Qué genia! ¡Qué jugadora! ―pudo articular Pedro.
―Es increíble. Muy trasgresora. Ya los mismos planos que hace sin centrar, y hasta desenfocados, son una clara crítica al conformismo y a la mediocridad de pensamiento manada de la sociedad consumista del siglo veintiuno. Creo que se está convirtiendo en mi directora de cine favorita ―articuló mucho más Juan.
Acababan de salir de una función del festival de cine Buenos Aires Rojo Sangre Lado B. Recientemente fundado, en él se proyectaban las películas que se habían presentado pero no habían sido seleccionadas para el tradicional Buenos Aires Rojo Sangre, festival de cine independiente de terror, ciencia ficción y bizarro. Sin la convocatoria del BARS masivo, el BARSLB se había erguido como un refugio para aquellos que aplicaban pocos o ninguno de los códigos establecidos del arte cinematográfico (ya sea por rebeldía o por conocerlos más bien poco). Juan y Pedro amaban el festival y se sentían en su salsa allí. Aun si el olor predominante en la sala de proyección “cerca de Lavalle” les resultaba inquietantemente familiar y las manchas en los asientos les sugerían que era preferible sentarse en la escalera.
―Te lo vuelvo a decir, Pedrito ―dijo Juan, a poco de despedirse para cada uno ir a buscar su automóvil en el estacionamiento subterráneo―. Éste es nuestro lugar, nosotros deberíamos estar haciendo esto. Dirigiendo películas que se rían en la cara de la sociedad moderna y de sus “reglas”.
―¿Reírnos de la sociedad? Juancito, si vos y yo fuésemos más sociedad moderna seríamos instagramers de Wall Street. Ojalá fuésemos como ellos, ojalá pudiésemos dirigir películas que infarten viejas, ojalá anduviésemos por ahí borrachos y drogados, con el pelo de colores; pero mañana a las ocho tenemos que estar en la oficina. Vos en la tuya y yo en la mía.
―¡Sociedad moderna serás vos! ―se ofendió Juan― ¡Yo nací para rockear! Si no fuera porque mi papá me obligó ni hubiera estudiado Administración de Empresas. Qué Universidad del Salvador ni Universidad del Salvador. Yo quería ir a la UBA ¡A Puan! ¡Yo quería ir a Puan!
―¿Puan? ¿Mañana en la oficina qué vas a hacer Juan?
Juan tomó aire y lo retuvo. No quería contestar, mas no soportó el silencio de su amigo. Finalmente exhaló.
―Voy a presentar mi proyecto Lean Six Sigma para el tercer trimestre.
―¿Título?
―Reinventando el liderazgo horizontal y los desafíos de la generación Z.
―Ya está Juan ―apoyó Pedro su mano en la cabeza aún gacha de su amigo―. Andá a tu casa, tu novia te debe estar esperando. No te pongás así. Disfrutá lo que tenés. Acordate que ayer la bolsa subió seis puntos.
Los dos amigos se despidieron pues y Pedro se encaminó a su automóvil, se subió y cerró la puerta. Apoyó las manos sobre el volante pero no encendió el motor. Quiso hacerlo pero no pudo, sus manos se negaban a obedecerle. Sintió el torbellino de emociones en su interior y la ansiedad de saber que no podría contenerlas. Desesperado se aferró a su teléfono celular y encendió la pantalla. Vio que había descuentos en televisores y sets de baño. Su interior se aplacó. Cinco segundos, tal vez seis. Pasado ese tiempo el aparato le informó que no tenía más batería y la pantalla se apagó.
Horas después Juan se preparaba para ir a dormir cuando le sonó el celular. Le acabada de llegar un mensaje: “Nunca te lo dije, pero yo también quería ir a Puan”. El mensaje sacudió la mente y el espíritu de Juan. Antes de que pudiera hacer nada llegó otro:
“En el último año de la facu a veces me rateaba de algunas clases y me iba a Puan a hacer como que era alumno ahí. Me ponía una remera vieja del Che y unos pantalones de mi abuelo. Un día llegué y estaba todo medio vacío. Pregunté y me dijeron que se habían ido todos a la marcha”.
Minutos de silencio pasaron hasta que sonó nuevamente el teléfono: “Fui Juan” “Fui” “Fui a la marcha”. Luego llegó otro: “un tipo me pidió que sostuviera una de las astas de una bandera grande mientras avanzábamos hasta el Congreso”. Al momento sonó nuevamente el celular: “Lo hice”. Tras otro extenso silencio el celular volvió a sonar y a los pocos segundos sonó de nuevo con un segundo mensaje:
“Juan”
“La bandera decía ¡Viva Perón!”
Autor Javier Banchii
Un comentario en “Cine under – Parte primera”