A la mañana siguiente, el aroma a carne cocida de Gómez todavía flotaba en el ambiente. De nuevo el grupo había conseguido reponer su provisión de alimentos, pero esta vez eso no parecía haberles alivianado los ánimos. Cada uno comía en silencio sin dejar, ni por un segundo, de mirar a los otros dos.
―Una verdadera tragedia ―sacudió su cabeza Turnic―. No puedo creer que hayamos perdido a dos buenos hombres.
―No creo que vaya a poder recuperarme jamás de lo que ha ocurrido ―concordó Lucas tras tragar un nuevo bocado.
Los dos hombres giraron entonces sus cabezas para mirar a Negri.
―Sí, sí ―se apresuró a decir éste―, una verdadera tragedia, que tristeza. Pero ahora necesitamos mirar hacia adelante. Necesitamos decidir en qué dirección avanzar.
―Subamos otra vez aquella cima para ver si encontramos algún camino que nos saque de estas condenadas montañas ―habló Lucas―. Esta vez me parece mejor si vamos todos juntos.
―Estoy de acuerdo ―dijo uno de sus compañeros.
―Me parece bien ―dijo el otro.
La cumbre de la que hablaban no estaba muy lejos y pudieron alcanzarla sin mayores problemas. Una vez allí comenzaron a inspeccionar los horizontes. La vista enojó a Negri que a poco de llegar a la cima comenzó a increpar a Turnic. Según le decía, o mejor dicho gritaba, si bien no se podía ver el final de las montañas, era claro que hacia el oeste se espaciaban y reducían su talla; era obvio, deducía entonces el doctor, que esa era la dirección a seguir. Hasta incluso le parecía que no estaban tan lejos del final de los condenados montes. Turnic, por su parte, no tomó a bien los planteos de su compañero, y comenzó a responderle, también a los gritos y con múltiples insultos, que no sabía nada de montañismo y que eso no significaba que estuvieran cerca de nada; las montañas podían continuar bajas y disgregadas por cientos de kilómetros. Claramente estaba por desatarse un nuevo combate entre los dos compañeros, uno que no acabaría con ambos vivos. Mas, a poco de volar el primer puñetazo, la profunda voz de Lucas se dejó escuchar en toda su brutalidad.
―¡Cállense de una vez, imbéciles! No soporto más sus cobardes vocecitas quejándose todo el tiempo. Miren hacia allá antes de que los haga pedazos.
El hombre señalaba ahora con su mano hacia un pico negruzco que se elevaba solitario por encima de los demás en dirección sudoeste.
―Ese es el Cerro Pardo, cualquiera que conozca estas montañas lo sabría. Marca el límite sur de las montañas. Debemos estar a menos de tres días de marcha de él.
―¡Estamos salvados! ―se regocijaron al unisonó los otros dos.
Marcharon todo el resto de aquel día (y buena parte de la noche) en silencio. Turnic había propuesto que dieran un rodeo para evitar los terrenos más escarpados y dificultosos, pero nadie quería alargar ni un segundo más de lo estrictamente necesario la travesía y pronto lo mandaron a callar con insultos y patadas. Cenaron un poco de Gómez con las últimas galletas de arroz que les quedaban y se fueron a dormir. A pesar de estar exhaustos los tres, pasaron una noche intranquila y les constó conciliar el sueño. Al alba, los tres se levantaron con lo que creyeron era el sonido de los demás saliendo de sus tiendas.
Caminaban tensos, vigilando a cada paso todo lo que ocurría a su alrededor. Cada uno miraba a los demás con odio y desconfianza, tratando de hacerle saber al otro que sabían que todo lo que había ocurrido era culpa suya. En cierto momento debieron atravesar una pasarela angosta por la que únicamente podían caminar de a uno.
―Cruzo yo primero ―dijo Lucas sin que ninguno de los otros dos se lo objetara.
―Entonces yo voy último ―agregó Turnic, resistiendo sin un parpadeo la mirada de furia que le dedicó Negri.
Los tres hombres cruzaron por la pasarela. Del otro lado había un pequeña saliente en forma de mirador, desde la que se podía ver cuánto faltaba para llegar al Cerro Pardo. Negri se acercó a la orilla para tratar de medir la distancia con sus ojos.
―Si lo que dice Lucas es cierto ―habló― para mañana a esta hora habremos abandonado las montañas.
―Cierto ―opinó Turnic detrás de él.
Al darse la vuelta el médico, se vio cara a cara con el extranjero que lo observaba con ojos vacios y una expresión neutra. Turnic lo empujó con fuerza más allá del borde de la saliente. El cuerpo de Negri golpeó la ladera múltiples veces mientras rodaba cuesta abajo.
―Qué tragedia ―opinó Lucas mirando a su compañero.
―Este viaje no podría ser peor ―le contestó éste―. Tres valerosos hombres perdidos. Se me parte el corazón.
Los dos sobrevivientes continuaron el viaje sin decir otra palabra hasta caer la noche. Después de cenar sus últimas provisiones, se sentaron cara a cara con la fogata de por medio.
―Buenas noches ―dijo Turnic.
―Buenas noches ―dijo Lucas.
Y así se quedaron hasta la salida del sol. Sentados en silencio, despiertos y con los ojos clavados el uno en el otro.
Por la mañana del nuevo día caminaron sin pausa tratado de mantener distancia entre sí. Pasado el mediodía ya se encontraban bordeando el Cerro Pardo y podían ver a lo lejos señales de civilización. Estaban a horas de concluir la travesía. Lucas se permitió entonces un momento de descanso y se apoyó con la espalda sobre una gran roca. Bajó un segundo la mirada y, cuando la levantó, un hacha de alpinismo impactó contra la piedra, a centímetros de su cara.
―Hay que tener cuidado ―le dijo Turnic que estaba parado enfrente suyo a pocos metros―, estamos cerca, pero las montañas son muy traicioneras. Sólo mira las cosas que vuelan.
―Tienes razón ―le contestó Lucas sacándose el cuchillo del cinturón―, tenemos que cuidarnos de que no nos pase nada.
Luego se abalanzó sobre el otro sobreviviente con el puñal delante. El extranjero logró desviar la hoja pero no pudo contener el peso del atacante que se lanzaba sobre él y ambos cayeron al piso; Lucas encima. Desde esa posición el líder del grupo puso el cuchillo sobre la cara del extranjero e intentó hacerlo bajar con las dos manos. Turnic, por su parte, resistía el descenso como mejor podía.
―Estamos tan cerca ―le dijo al hombre del puñal―, no podemos permitirnos otro accidente.
―No ―respondió el otro mientras presionaba con todas sus fuerzas hacia abajo―, no más accidentes. Tenemos que cuidarnos el uno al otro. Estamos tan cerca.
El extranjero consiguió lanzar a su atacante hacia un costado y rodar de manera de quedar sobre su espalda. Tomó entonces una soga que estaba en el suelo y le dio una vuelta alrededor del cuello del lider, tirando con fuerza para asfixiarlo.
―¡Eso, así es! ―le dijo― ¡Juntos podemos!
―¡Juntos podemos! ―repitió Lucas casi sin aire, que había logrado poner una de sus manos entre la cuerda y su cuello.
Entonces el que estaba siendo asfixiado se sacudió con violencia desestabilizando al otro y levantándose con éste sobre su espalda. Luego se lanzó hacia atrás contra un muro de roca, estrellando en él a Turnic. El extranjero cayó al suelo desorientado por el golpe, pero logró ver la piedra que ahora blandía Lucas bajando contra su rostro. Turnic sólo vio la primer vez que Lucas reventaba la piedra contra su cara, pero el hombre lo hizo una y otra vez hasta que se le dislocó la muñeca.
***
Tiempo después, Antonio Lucas se volvió un hombre famoso: el primer montañista en cruzar con vida el peligroso paso sur de las montañas. Si bien había quedado demostrado que una ruta comercial por allí era inviable, y que se debería seguir usando el paso norte, y se habían perdido cinco vidas (nadie nunca volvió a ver a Ernesto Aravez), la travesía es hoy considerada legendaria y el libro que Lucas escribió sobre ella fue todo un éxito. Su segundo libro “Las mil y una aventuras del gran Charles Turnic” ha sido traducido a más de treinta idiomas.
Autor Javier Banchii
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