Ahora que el grupo ya no tenía que racionar la comida, marchaban bien alimentados y a buen paso. Si bien los eventos en el precipicio habían sido difíciles, no considerarse más en peligro de muerte aliviaba los ánimos de los hombres, permitiéndoles dejar todo lo demás detrás. Lucas, el más experimentado (dependiendo de que tanto se creyesen las anécdotas de Turnic), había tomado el comando del grupo y lideraba la marcha.
Contando los días que llevaban de marcha, y la velocidad con la que avanzaban, todos coincidieron que, con más provisiones y menos integrantes, el grupo disponía de suministros suficientes para llegar a destino. Tendrían sí que cuidarse del frío nocturno y el calor diurno, pero eso no era nada con lo que no hubiesen podido lidiar hasta allí.
Al tercer día de marcha desde el desfiladero, hubiera sido difícil reconocer que éste era el mismo grupo que, pocas noches atrás, vociferaba con violencia unos contra otros. Todos caminaban alegremente dedicándose múltiples bromas y chanzas, escuchando alternadamente las historias de cada uno. La única leve rispidez se había dado luego del almuerzo del día anterior, cuando Lucas y Turnic habían disentido sobre la ruta a tomar. Mas ni siquiera esto había generado malestar alguno, Lucas, escuchando las opiniones de Gómez y Negri, terminó por conceder la razón al extranjero sin demasiadas discusiones.
Entonces volvió la lluvia.
Si la tormenta anterior había sido extraña e inesperada en tan árido paisaje, ésta de ahora parecía haber sido tejida por el mismísimo demonio. No era en realidad una tormenta, sino una sucesión interminable de inexplicables chaparrones. Luego de cada uno el cielo se despejaba por completo dejando pasar abrasadores rayos de sol, para después volver a nublarse en un instante y dejar caer otro cruel y condenadamente frío aguacero sobre los viajeros. La seguidilla de pequeñas tormentas continuó por tres días con sus noches. Cuando finalmente paró de llover, los hombres de la expedición llevaban el alguna vez recio físico desgastado y expresiones que alternaban entre la furia y la ausencia en sus rostros. Negri y Gómez habían enfermando; Gómez, en particular, llevaba una fiebre alta que hubiese preocupado al médico, si no estuviese éste concentrado en aquel momento en su propia salud. Ambos convalecientes propusieron que el grupo se detuviese a descansar una jornada hasta que recuperasen la salud, pero Lucas hizo un recuento de las provisiones, y juzgó que les quedaba sólo lo suficiente como para salir de las montañas. De todas maneras quedaba únicamente un día de marcha.
A la mañana del día siguiente, Gómez y Negri despertaron en estados completamente distintos. Mientras que Negri había recuperado mucho de su salud (en parte gracias a algunos medicamentos que llevaba en secreto en su mochila), a Gómez le había subido aun más la temperatura, y todos notaron que no llegaría muy lejos caminando.
―¿Qué vamos a hacer? ―preguntó el médico por lo bajo al líder y al extranjero― En este estado no puede seguir adelante y no podemos esperar a que se reponga. Si es que se repone.
―Supongo que podríamos dejarlo ―propuso Lucas―. No estamos muy lejos de nuestro destino. Podemos armarle un pequeño refugio y volver por él una vez que nos hayamos reaprovisionado.
―Yo no tengo ninguna intención de volver a estas malditas montañas ―se enojó Negri.
―En el estado en que está no puede valerse por sí mismo ―opinó ahora Turnic―. Si lo dejamos sólo no tendrá mucho sentido que volvamos a buscarlo en dos o tres días.
―Uno de nosotros podría quedarse con él para cuidarlo mientras los demás van a buscar ayuda ―mantuvo su postura el líder.
―¿estás dispuesto a quedarte tú con él? ―preguntó el extranjero.
―No.
Sin poder encontrar una mejor opción, los tres hombres sanos improvisaron una camilla para el enfermo y se dispusieron a llevarlo por las montañas. El escarpado terreno era difícil de transitar de por sí; transportando ahora al enfermo Gómez en una camilla endeble, el avance se tornaba tortuoso. Lucas, al frente del grupo por ser el más fuerte de los cuatro, daba órdenes a los gritos y enfurecía contra los otros tres cada vez que Turnic y Negri se tropezaban. Cosa que ocurría harto seguido; más de una vez rodó Gómez por los suelos, para ser luego depositado oscamente de nuevo en la camilla por sus enardecidos compañeros. Cerca del ocaso el extranjero ordenó a los otros detenerse mientras inspeccionaba los alrededores.
―Estás miserables montaña parecen seguir por siempre ―dijo―. Hace rato que no marchamos en descenso. Según lo que nos dijiste ya casi deberíamos estar en la base ―agregó mirando directamente a Lucas.
―Estamos en una hoya ―se defendió el líder―. No tendremos forma de saber cuánto falta hasta que hayamos salido de ella.
―No lo sé ―retomó la palabra Turnic―. Me parece que tendríamos que asegurarnos que marchamos en la dirección correcta antes de continuar. Ya casi no nos quedan alimentos. No podemos arriesgar equivocarnos de camino.
Si bien Lucas buscó poner al desafiante hombre de vuelta en línea, el mismo tenía dudas sobre la dirección en la que marchaban y, ante la insistencia de Negri, debió aceptar que lo mejor era enviar un explorador hasta alguna cima cercana, para confirmar que llevaban al dirección correcta. Turnic se ofreció y nadie se opuso. Al volver, el hombre caminaba apesadumbrado y con la vista perdida.
―No estamos ni cerca del final de las montañas ―dijo―, siguen y siguen en todas direcciones. Estamos completamente perdidos.
Las noticias golpearon duramente al resto del grupo. Negri estalló contra Lucas, propinándole una catarata de insultos y culpándole de todo lo que había ocurrido hasta allí y de la muerte que estaba seguro pronto les llegaría. Harto de las quejas, el líder propinó un puñetazo al médico para callarlo. Cualquier otro día eso hubiese sido más que suficiente para Negri, pero el hombre estaba ahora consumido por la furia y se lanzó inmediatamente al contraataque. Los dos se trenzaron en una pelea mano a mano que duró unos minutos hasta que Turnic pudo separarlos.
―¡Malita sea! Tranquilícense de una buena vez ―los regaño el extranjero―. Ahora lo que necesitamos es pensar que hacer. No tiene sentido seguir avanzando por hoy. Levantemos el campamento y comamos algo.
Mientras los tres hombres sanos cocinaban los últimos restos saldos de Aravez, Gómez se retorcía en su camilla y había comenzado a delirar.
―Creo que sobrevivirá a esta noche ―opinó el doctor―, pero no muchas más. El frio es demasiado intenso y está muy enfermo. Tal vez si logramos mantenerlo abrigado mañana empiece a mejorar.
―Tal vez entonces nos convendría montar su tienda cerca del fuego ―propuso Turnic―, eso le protegerá del frio.
Los tres hombre se miraron unos a otros asintiendo en silencio.
Autor Javier Banchii
4 comentarios en “La expedición – parte segunda”