―¿Y ahora qué hacemos? ―preguntó.
―Ahora nos comemos a los niños ―respondió.
―¡Pero si no hay ningún niño aquí!
―Por supuesto que no. tenemos que esperar a que entren al bosque. Entonces nos los comemos.
―Ahh ―fingió que entendía― ¿Y por qué hacemos eso?
―¿Qué?
―Que por qué nos comemos a los niños ―subió el volumen de su voz para que se notase su malestar.
―¿Cómo que por qué nos comemos a los niños? A eso vinimos.
―Pero si yo no vine. Ya estaba aquí cuando llegaste.
―No seas idiota ―se indignó―. Yo llegué antes que tú. De todas formas no importa en qué orden llegamos, a eso vinimos y eso vamos a hacer.
―¿No podemos hacer otra cosa?
―No.
Tras un largo silencio apareció finalmente un niño. Venía persiguiendo un gato doméstico mal domesticado dando grandes risotadas; el niño, no el gato. Y, como se hubiese podido esperar, fue devorado; el niño, no el gato. Bueno, en realidad el niño primero y el gato después.
―¿Y ahora qué hacemos? ―preguntó.
―Ahora esperamos que venga otro niño y nos comemos también ése ―respondió.
―¿No podemos hacer otra cosa?
―Nos acabamos de comer al gato ―ofreció intentando complacer―, eso es otra cosa.
―Bueno, sí ―aceptó―. Pero me refiero a otra cosa que no implique comer. Ya no tengo hambre. De hecho, nunca tuve hambre.
―¿No discutimos esto ya?
Varios días vinieron y se fueron, cada uno casi igual a los demás. Varias más discusiones vinieron y se fueron, también. Y varios niños más vinieron y no se fueron pues se los comieron. Todo, todo, siempre más o menos igual.
―La verdad, sé que a eso vinimos, pero preferiría no tener que andar siempre comiendo niños.
―¿Y qué más hay para hacer?
―Podríamos comer algunos adultos.
―Supongo ―se encogió de hombros apretando las fauces―. Pero son más o menos lo mismo. Desearía que pudiésemos ir a algún otro lugar y comer alguna otra cosa.
―También podríamos quedaron y hacer algo que no sea devorar niños.
―Pero si a eso vinimos.
―Sí, sí, eso es verdad. Tienes razón.
Muchos más días, más discusiones, algún que otro gato, numerosos adultos y uno o dos niños.
―¿Sabes? ―tomó aire antes de responder― Con sinceridad, odio comer niños. Saben horrible.
―Sí, sí, lo sé. Yo también lo odio ―suspiró― ¿Pero qué le vamos a hacer? A eso vinimos.
―Y si venimos a hacer otra cosa.
―¿Otra cosa cómo qué? ―se intrigó.
―No sé. Pero otra cosa que no sea comer. Te juró que la verdad es que no tengo hambre.
―Sí, podría ser ¿Por qué no? ―se entusiasmó― ¡Bien! ¡Vayamos entonces! De paso nos dará tiempo para decidir qué hacer cuando vengamos.
―¡Sí, sí, vamos! Incluso podríamos venir a decidir qué hacer cuando lleguemos.
Autor Javier Banchii