―Te propongo lo siguiente ―había dicho en su momento el zorro―, a mis años ya no estoy para andar soportando que esas malditas pulgas me coman vivo. Y por más que me rasco y me revuelco por el pasto, nunca se van del todo. Te dejaré pasar el invierno entre mi abrigado pelaje y compartiré contigo mi alimento. Y, a cambio, tú me patrullarás el lomo y echarás a patadas a cualquier pulga que allí te encuentres.
***
―Tú sí que eres alguien de gran valor ―dijo tiempo después la cigarra―, no como esa hormiga egoísta ¿Y qué si trabajó todo el verano mientras yo me la pasaba cantando? ¿Acaso no disfrutó ella de mi música, que le alivianaba la tarea? Hasta marchaba al son de mi canto; aún si ella nunca lo aceptará.
―Eres toda una holgazán. Lo sabes ¿Verdad? ―respondió el zorro.
―Ya no más. Pero sigo cantando bonito.
***
Tal vez la sociedad entre el zorro y la cigarra les hacía un poco más llevaderos los días a ambos, pero todavía quedaba mucho invierno por delante y la cuestión de la comida se presentaba cada vez más compleja. El zorro estaba ya viejo para andar saltando cercos y persiguiendo gallinas, y éstas parecían mantenerse siempre igual de jóvenes y veloces. Peor aún, con cada día que pasaba le era más difícil encontrar frutos secos del otoño pasado y pronto, lo sabía, no encontraría más nada que comer.
La cigarra, por su parte, confiaba en que si el zorro se quedaba sin alimento, ella podría encontrar algún otro medio de subsistir (incluso, como último recurso, siempre podría vivir a escondidas en la casa de algún humano). Sin embargo disfrutaba la compañía del zorro y se sentía un poco en deuda con él. Por ello, ambos dos pasaban ahora la mayor parte del tiempo buscando alternativas a las nueces y a las almendras para subsistir.
―¿Estás completamente seguro que no puedes comer pasto? ―preguntó la cigarra― He escuchado que ovejas y vacas viven comiendo sólo eso, y son mucho más grandes que tú.
―Sí, sí estoy seguro ―contestó el zorro ―. Supongo que podría hacerme pasar por perro, y rogar como ellos comida a los humanos al costado del camino.
―¿Y qué harás cuando los perros de verdad aparezcan?
―Lo mismo de siempre: correr.
―¿Correr? Los perros son rápidos, más rápidos que cualquiera de las presas que ya estás demasiado viejo como para alcanzar.
Mientras hablaban los dos el zorro, con la cigarra recostada en su cabeza, olfateaba el suelo del bosque en busca de algo que comer. Y estaba todavía con la nariz contra la tierra cuando una gallina llegó corriendo y se lo llevó por delante. Tras golpear de lleno contra la cabeza del canino (lanzando por los aires a la cigarra), el ave fue a dar unos aparatosos vuelcos por el piso. Luego, todavía algo mareada, intentó usar sus alas para impulsarse lejos del predador con el que se acaba de topar, pero con la mala suerte de ir a parar a una rama baja donde se le atoró el pie.
Momentos después el zorro y la cigarra estaban de pie delante suyo, mirando atentamente como se desesperaba por liberarse.
―¡Dios mío! ¡Dios mío! ―lloraba al gallina― Mira que lograr escaparme del cuchillo para ir a caer en las garras de un zorro sanguinario.
El canino intercambió sarcásticas miradas con su ruidosa compañera (que rara vez dejaba de cantar), y luego preguntó:
―¿Acaso has escapado de una de las granjas?
―¡Sí! ―continuó llorando la gallina― Esta temporada la cosecha en los campos ha sido magra, cuando es así el granjero se come hasta las gallinas ponedoras.
―¡Vaya! ―exclamó la cigarra― Parece que este invierno todo el mundo está con hambre, viendo a quien más comerse.
―Sí ¿No? ―respondió el zorro mientras inspeccionaba la rama con la trompa.
―¿Qué es lo que estás haciendo? ―le preguntó algo alarmada la cigarra al verlo ― No estarás pensando soltarla ¿Verdad?
―Sí, creo que sí ―respondió él―. Me da un poco de lastima.
―¿Estás loco? Las gallinas comen cigarras.
―Es no es cierto.
―¡No! ¡No! Juro que no me comeré a nadie.
―¿Lo ves? ―le dijo el zorro a su indignada compañera, mientras tironeaba con la trompa de la rama.
―¿Vas a confiar en su palabra? ¡Las gallinas comen cigarras!
―También los zorros lo hacen y aquí estás ―sentenció el cuadrúpedo―. Al fin y al cabo todos nos comemos a todos. Una gallina más o una menos no cambiará nada.
Tras decir esto, el zorro dio un último tirón a la rama y liberó al ave de corral. Supuso que tras soltarla escaparía inmediatamente, pero no fue así, ella se quedó allí, quieta e indecisa, recorriendo el bosque con la mirada triste.
―¿No piensas continuar con tu huida? ―preguntó la cigarra.
―¿Qué sentido tendría? ―se lamentó el ave― Habrá otros zorros, y si no perros, o humanos, y quién sabe cuántas otras cosas. Soy una gallina, vaya donde vaya habrá alguien intentando comerme. Supongo que volveré a la granja ¿Qué otra opción me queda?
Se hizo entonces un profundo silencio, como si el bosque entero hubiese enmudecido al no poder responder la pregunta. La cigarra, a pesar de aún temer por su vida, no pudo evitar sentir pena al oír el dolor de la gallina. Levantó entonces la vista para buscar al zorro e intercambiar con él miradas piadosas; pero en los ojos de canino no encontró pena ni piedad. Él la miraba sí, y fijamente, pero también sonreía.
―¿Eso quiere decir que puedes volver a entrar en la granja? ―le preguntó el zorro a la gallina, con los ojos aún clavados en la cigarra.
***
Tiempo después, y por quinta noche consecutiva, el granjero maldijo no poder dormir por el alboroto que una cigarra hacia fuera de su habitación. Pero esta vez el hombre no se levantó; había aprendido de las noches anteriores que no hacía falta. Hubo un cacareo y varios aleteos, y luego no se escuchó más ningún insecto.
―Buena gallina ―se dijo a sí mismo el granjero, cobijado por el silencio de la noche.
Luego, con el granjero otra vez entre sueños, esa misma gallina se metería por la ventana del cobertizo, para destrabar la puerta y dejar entrar a robarse la comida de los perros, a un zorro con una cigarra en la cabeza.
***
Cuando llegó el verano, el zorro joven se sorprendió de ver que el zorro viejo había sobrevivido a la falta de comida. Tras escuchar el relato completo, le preguntó meneando la cabeza:
―¿No te hubiese sido más fácil comértelos a los dos?
―Puede ser ―respondió el zorro viejo mientras se recostaba sobre la hierba―. Pero también puede ser que haya vivido ya demasiados inviernos para eso.
Autor Javier Banchii