Inspirado por “El gigante egoísta” de Oscar Wilde
Era un martes frío de junio y Lluvia se había pasado toda la mañana acomodando su nube. Se sentía feliz y despreocupada, tanto que decidió posponer sus quehaceres y relajarse mirando lo que acontecía debajo. Algo más a l sur de donde se encontraba le pareció ver una pareja joven en problemas. Un tanto alarmada por lo que veía, se fue, nube a cuestas, a examinar lo que ocurría.
Directamente arriba de la pareja, confirmó sus sospechas, ambos se encontraban medio secos. La humedad, fuente de vida, se les estaba escapando. Lluvia entendió inmediatamente que debía ayudarlos y se dejó caer suavemente sobre ellos. En un primer momento todo anduvo de maravilla, la pareja se humedeció de cabo a rabo y la sequedad fue desplazada de todo lo que los rodeaba. De todo menos de un pequeño y curioso lugar; y quiso Mala Fortuna que fuese justamente allí donde los dos fuesen a parar.
«¡Qué calamidad!» pensó Lluvia, «Justo allí donde me cuesta llegar». Mas Lluvia tenía la voluntad férrea de los siglos y no pensaba desistir tan fácilmente. Comenzó a caer cada vez con más fuerza, intentando penetrar la árida prisión en la que se encontraban los dos. Se hizo chaparrón y aguacero; pero nada, la pareja seguía fuera de su alcance. Sin perder los ánimos o la esperanza, pensó que con algo de ayuda tendría una oportunidad. Llamó entonces a Viento y le explicó la situación.
El viejo Viento, con su eterna sabiduría, supo de inmediato a lo que se enfrentaba y, sin perder un momento, empezó a soplar. Envalentonada por la ayuda de su amigo, Lluvia arreció y comenzó a golpear el pequeño encierro con la fuerza del vendaval. Y así, ayudada por el arremolinado ímpetu de su compañero, logró volver a mojar a la pareja, colándose por los resquicios de la madera; lo que la llenó de alegría.
Lamentablemente Infortunio no andaba lejos y, al ver como Lluvia y Viento luchaban por hacer llegar a los dos el agua que es vida, se metió él dentro del cuadrilátero de sequedad y reforzó sus bordes. La pareja una vez más era inalcanzable y, para peor, la nube de Lluvia ya se estaba achicando.
«No desesperes» le dijo a Viento «no estamos solos». Llamó entonces con todas sus fuerzas a Rayo quien, al oír de la apremiante situación, tan valeroso como era, se lanzó sobre la condenada celda. La noche centelló y el aire se partió al medio. Madera y piedra estallaron en mil pedazos y se terminó el encierro de la pareja. Libres ahora, sin un solo rincón donde el agua no pudiese alcanzarlos, los dos se quedaron donde estaban, quietos, sentados en el suelo y abrazándose con fuerza.
Qué alegría le que les produjo la tierna escena a los tres amigos. Ahora, sabiéndose vencedores, Trueno y Viento se fueron a descansar y Lluvia amainó un poco; aunque no del todo hasta sentirse confiada de que la pareja estaba saludablemente empapada. Ya segura de que eso era así, se los dejó a Sol y Arcoíris para que les hiciesen compañía y se fue con su empequeñecida nube a visitar las montañas ¡Qué gran día había tenido!
Autor Javier Banchii
Fragmento del taller «La palabra en el cuerpo»