El segundo día de filmación Jaun llegó una hora tarde. Peter por su parte había llegado veinte minutos temprano. Al llegar Jaun vio a su compañero sentando un poco alejado de la filmación que transcurría sin demoras, tenía un duende demoníaco susurrándole al oído.
―¿Cómo va, Peter? ―saludó Jaun― Che, ¿tenías un duende demoníaco susurrándote al oído?
―Sí ―respondió Peter―. Estuve pensando, Jaun. Me parece que no estamos vomitando suficiente odio en la jeta de la sociedad que tanto odiamos. Falta algo. Algo grande ―dijo acariciándose las trenzas de la barba.
―Sí, ¿sabés que venía pensando lo mismo? La película viene bárbaro, pero así no creo que logremos infartar ninguna vieja ―dijo Jaun pasándose la mano por las líneas rapadas de su cabellera― Es como decís, nos falta algo grande pero no sé qué es. Vení, vayamos a hablar con Manik.
―Osea, no te lo tomés a mal, por favor ―le continuó diciendo Jaun a Mónica mientras ella no detenía la filmación―. Nos parece que lo que estamos haciendo es increíble, trascendental. Me parece que ya estamos al nivel de El Rey ha muerto, larga no-vida al Rey. Pero sentimos que no estamos atacando las bases de la perversión materialista de esta sociedad del consumismo. No estamos siendo lo suficientemente proactivos con nuestro asco y entonces nos quedamos en la superficie.
Ellas les sonrió una sonrisa tierna y les respondió:
―Más bajito, chicos. Está bien. Y entonces, ¿qué proponen que hagamos?
―Y bueno, eso ―vaciló un poco Peter―. Ser más proactivos con nuestro asco. Salir de nuestra zona de confort transgresora. Pensar afuera de la caja y reinventarnos en nuestra falsa moral contra la sociedad del consumo y su caja y su zona de confort proactiva. Eso, digo, vos me entendés ¿Entendés?
―Sí yo te entiendo, Peter ―le dijo ella sin poder dejar de sonreír―. Salgamos de la zona de confort.
―¡Eso! ―se entusiasmó tanto Jaun que su “¡Eso!” fue registrado por el celular del primo de Mónica y pasó a ser parte de la filmación.
Jaun y Peter habían decidido pasar de la harina doble cero a la leudante tornando aquel día de filmación particularmente difícil. Sus permanentes incursiones creativas dificultaban poder filmar lo que Mónica había escrito. Por lo que ella decidió finalmente escribir dos nuevos personajes en el guión para que sus directores pudieran apareces en escena tanto como quisiesen.
―Son dos boludos ―opinó en cierto momento su primo.
―Puede ser ―dijo Mónica riendo― pero es su película. Tenemos que hacerla como ellos quieren. Además, yo la termino sea como sea.
La filmación siguió todo el día y cerca del atardecer Mónica finalmente decidió que el equipo podía tomarse diez minutos de descanso mientras su compañera de Una adorable tarde de primavera les retocaba el peinado y el maquillaje a los actores. Peter se le acercó a Jaun que sorbía fervorosamente de un mate sin demasiado éxito.
―¡Que increíble todo lo que hemos logrado! ―le dijo dándole una palmada en el muslo― Pensar que un mes atrás estábamos sentados en mi casa festejando la cotización del dólar. Teníamos trabajo, novia, nuestras familias nos hablaban y ahora, miranos. Tengo puesta la misma remera hace dos semanas. Mirá este lugar en el que estamos y lo que estamos haciendo. Mirá esta barba y este pelo azul. Casi no lo puedo creer.
―Sí ¿no? ―le devolvió Jaun la palmada a su amigo―. Casi no se puede creer.
―“Casi no se puede creer” ―repitió pensativo Peter― ¿Y si no se puede creer?
―¿A qué te referís?
―¿No nos salió todo demasiado bien? Hace dos días estábamos charlando con una mujer que por alguna razón decidió juntarse en un bar con un par de desconocidos y al día siguiente estábamos filmando una película con todo: guión, actores, camarógrafo, equipo.
―¿Qué estás diciendo Pedro?
―Juan, ¿será real todo esto? ―preguntó mirando como el duende demoniaco despeinaba a la actriz principal.
La pregunta sumió a los dos hombres en un silencio desesperante. El mundo mismo pareció aquietarse para escuchar la respuesta.
―La mesa tenía ocho sillas.
―¿Qué mesa?
―Vos sabés muy bien qué mesa. No, no, no puede ser. Yo jamás en mi vida tuve alucinaciones.
―Yo tampoco. Pero también jamás en mi vida me drogué.
―¡No seas pelotudo! La cocaína no da alucinaciones.
―No, es verdad ―hizo una pausa clavando la mirada en los ojos del otro―. Pero nosotros no estamos aspirando cocaína.
―Gluten.
La desesperación se volvió terror y el mundo a su alrededor se tiño de rojo crueldad y de verde esperanza. El momento acaba de transformarse en un mal viaje.
―¿Qué hacemos? ¿Qué hacemos? ―preguntaban ambos sintiéndose atormentados por lo que ocurría dentro suyo.
El duende demoníaco los miró, se encogió de hombros y volvió a la filmación que acababa de recomenzar.
―Toda mi vida, espere este momento, Peter. Toda mi vida me trajo hasta este momento. No pienso darme por rendido cuando estoy tan cerca ―dijo Jaun recuperando la calma.
―¿Y qué hacemos entonces?
―Vamos a dejar las harinas.
―No seas ridículo ―gimió Peter que todavía no podía ver la luz al final del túnel―. No se puede filmar una película under sin drogas.
―Vamos a dejar las harinas, no las drogas ―dijo Jaun dejando un silencio corto después de “harinas” y uno más largo después de “drogas” para maximizar el efecto―. Pastillas. Andante ya mismo a la farmacia. Tráete aspirinetas, Benadryl y algún antiácido. Vamos a experimentar fuerte.
―Sos un titán, Jauncito ―concluyó Peter antes de salir corriendo a cumplir su destino.
Media hora después los dos directores volvieron al set de filmación. Se movían lento, pausado, haciendo ondear sus cuerpos. Jaun se acariciaba a sí mismo la cara y el pecho y Peter cantaba la Canción del Jacarandá de Maria Elena Walsh. Irrumpieron así la filmación y empezaron a frotas sus cuerpos contra los actores que siguieron la escena tal cual como lo indicaba el guión.
Al día siguiente se comenzó a rodar puntualmente las últimas escenas.
―¡Qué bueno, chicos! ―se alegró Mónica― Esta vez no rompieron nada.
―Es verdad ―le dijo Peter a Jaun―. No rompimos nada. Nada. Me cago en Dios, nos volvimos gilada.
―No seas pelotudo ―se enojó Jaun―. A la gilada ni cabida. Son estas drogas de mierda que compraste. Las pastillas son drogas de nene bien. No de antisocial como nosotros.
―Sabés lo que estás diciendo, ¿no?
Jaun cerró los ojos mientras la aguja le desgarraba la piel y le perforaba las venas. Por un segundo se cuestionó lo que hacía pero el segundo pasó y supo que ya era demasiado tarde. No había vuelta atrás. Los dos hombres salieron del vacunatorio apretando con fuerza sus certificados de sanidad. Tenían que apurarse a volver al set de filmación. Su película los esperaba. De ahí en más el día fue un caos. Volvieron a la filmación a los gritos y golpeándose las cabezas con botellas de shampoo. Se agarraron a trompadas con el actor principal y decidieron que cada una de las escenas que quedaban tenía que presentar un fluido o secreción corporal distinto y una toma del cielo y de algún perro marrón o blanco.
―Todavía nos falta algo, Peter, y ésta es la última escena ―dijo Jaun.
―Estábamos tan cerca ―se lamentó Peter.
La escena final estaba pautada a una única toma continua. Comenzaba con los dos protagonistas cubiertos de sangre, caminado y hablando. El primo de Mónica filmaba todo de cerca, caminando hacia atrás y tratando de mantener el celular lo más estable posible. A poco de empezar Peter pudo ver cómo, algunos metros más allá, el duende demoniaco caminaba despacio trayendo un pesado adoquín. Lo colocó con cuidado en el piso, miró a Peter y le guiño el ojo. Luego fue a buscar el trapo de piso que estaba adentro del balde de sangre y lo trajo, lo deposito en el suelo con cuidado, miró a Jaun y le guiño el ojo.
Justo cuando terminaba el diálogo, el primo de Mónica pisó el trapo de piso. Se resbaló hacia atrás lanzando por los aires su teléfono. Al caer en el suelo el celular quedó perfectamente alineado para grabar un primer plano del cuello del primo de Mónica, quebrado por completo.
―¡Primo! ¡Primo! ¡Dios mío Primo! ¿Estás bien? ―corrió desesperada hacia él Mónica― ¡Por el amor de Dios alguien llame una ambulancia!
―No podemos, Mónica ―le dijo Jaun―. El celular no hace llamadas cuando está grabando video.
―¡¿Pero vos sos pelotudo?! ―gritó enfurecida.
―Ya casi terminamos, Moni ―le dijo Peter―, estamos ahí.
―El arte es sacrificio, directora ―le dijo ahora Jaun―. Preguntate una cosa ¿Qué hubiera querido tu primo que hagas? terminar la película o salvarle la vida.
Se agachó entonces, tomó el celular del suelo y se lo ofreció con el brazo extendido a Mónica. Ella lo miró, miró el celular, miró el cuello roto de su primo y miró a los actores. Tomó entonces la cámara. La ambiciosa escena a toma continua continuó, sin cortes ni demoras.
―¡Corte! ¡Se imprime! ―dijo por última vez Mónica.
Segundo después comenzaron los aplausos. Los ocho compañeros voltearon a mirar y pudieron ver al duende demoniaco y al primo de Mónica, con su cuello a noventa grados, aplaudiendo y vitoreando. El primo miró a Mónica, le hizo la seña del pulgar arriba y le guiño el ojo.
La película se estrenó a sala completa en el siguiente Buenos Aires Rojo Sangre Lado B. Muchas voces del ambiente decían que debería haberse estrenado directamente en el Buenos Aires Rojo Sangre, pero Jaun y Peter se opusieron. Ellos sabían quiénes eran. Mientras la sala entera los aplaudía de pie rodaron los créditos:
Dirección: Jaun Sigma Six
Co-dirección: Peter Vicio
Producción, Producción Ejecutiva, Guión, Edición, Montaje, Asistente de Dirección, Dirección de Arte, Dirección de Segunda Unidad, Catering, Efectos Especiales y Prensa: Mónica Estévez.
Maquillaje y escenografía: La compañera de Mónica.
Cámara: El más grande.
***
EPÍLOGO
Años después, tras ganar su Oscar número seiscientos ochenta y tres, Peter y Jaun estaban organizando el festejo sentados a la mesa tomando el té con sus, ahora, pares de Hollywood. En aquella ocasión, dos hombres maduros y un robot de siete metros.
―Martin, Steven, Walt, ¿cómo andan? ―Los saludó Jaun.
―¿Van a venir a la orgia hoy a la noche? ―indagó Peter― Trajimos una harina especial de Indochina que te dispara a la luna.
―Sí, y ya solucionamos el tema de los rituales satánico, esta vez les prometemos varios sacrificios non-stop.
―Este lugar siempre fue cruel y perverso ―dijo uno de los versados directores a la mesa―. Pero desde que llegaron ustedes es un loquero. Siento que ya no importa nada. Brindemos por eso.
―¡Por la maldad! ―corearon todos mientras brindaban.
―¿Esta vez van a invitarla a Mónica?
―¿Quién?
Fin
Dedicado con cariño al Buenos Aires Rojo Sangre
Autor Javier Banchii
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