―Ahí está otra vez ¿La escuchas? ¡Cómo canta! ¡Dios mío! ¡Cómo canta!
Todos en torno a la plaza miraban ahora hacía el centro de la misma. Allí, de pie, meneando los hombros al ritmo de su propia música, había una mujer. Una mujer cantando. Cantaba a viva voz, tan fuerte que se escuchaba en la plaza entera. Y se zarandeaba, se zarandeaba a un lado y al otro. Abrió entonces ella los ojos, y al ver la gente a su alrededor, el zarandeo se transformó en baile y el canto en arenga. Iba de aquí para allá cantándoles a las personas, cual colibrí de flor en flor. Y les cantaba y les sonreía, y saltaba, y bailaba, y sonreía, y cantaba. Algunos de los espectadores empezaron a aplaudir. Otros dejaron de ser espectadores y comenzaron a bailar o a cantar, de seguro a sonreír.
―¡Cómo canta! ¡Cómo canta! ¡Lo hace tan mal, qué desastre! Es más aullar que cantar.
―Bueno. Por lo menos canta mejor de lo que baila.
―No, no, baila mucho mejor de lo que canta. Aunque sea sólo por lo mal que canta.
―Tampoco está tan mal. Bueno, es cierto que desafina muchísimo, pero por lo menos lo hace con alegría.
Más y más gente coreaba ahora, aun así su voz era tan fuerte que se escuchaba por sobre la de la multitud. Seguía también bailando de aquí para allá, cada tanto tropezaba pero siempre lograba no irse al suelo. Con un movimiento que se podría discutir por siempre si era elegante o aparatoso, daba dos o tres pasos al borde del revolcón, recuperaba el equilibrio y seguía bailando.
―A decir verdad no se sí llamaría a eso que hace “bailar”.
―Sí, yo tampoco diría que eso sea “cantar”. Pero los demás cantan más o menos bien, voy a ir para allá a cantar un rato yo también.
―Bien. Yo también iré un rato. Tenga ganas de bailar ¿Tú qué harás? ¿Te quedas?
―No estoy para esas cosas. Me duelen los pies y la espalda. Me quedaré sentado por allí mirando.
El canto continuo hasta que terminó y el baile siguió hasta que se detuvo.
―¿Pensaste alguna vez tomar clases de canto?
―Las tomó ―respondió ella con una sonrisa tan grande que no dejaba ver ninguna otra cosa―. Tres veces por semana.
―Ah, bueno.
―¿Y clases de baile? ¿Pensaste tomar de esas?
―También. Lunes y jueves.
―Ah, bueno. Está muy bien.
―Me gusta mucho cantar y me gusta bailar. Me hace feliz ―agregó, siempre sonriendo.
―A nosotros también nos hace felices verte bailar y oírte cantar. Tiene su encanto, a tu manera; pero, lo haces verdaderamente mal. Verdaderamente mal.
El comentario la hizo reír. Soltó una risotada sonora, corta y cruda de gran estilo que le dio un aire de refinada elegancia.
―Me hacen sonrojar. Me esforzaré más la próxima vez ―dijo y se volvió a reír.
―¿La próxima vez? ¿Eso significa que seguirás viniendo a cantar?
―¿Podemos venir a verte?
Autor Javier Banchii
Genial!! bonita historia. Me ha gustado mucho.
¡Muchas gracias! No estaba del todo seguro del final. Qué bueno que te haya gustado.