¿Cuánto tiempo llevaba esperando ya? ¿Una hora, un día, un año? Por supuesto que su consciente y su razón sabían exactamente cuánto tiempo había pasado (al minuto) pero su ser comenzaba perder la noción del tiempo e ignorarlos. No podía hacer otra cosa que esperar y aquel estado forzosamente estático comenzaba a corroerle la mente; crispándole uno a uno los nervios; secuestrando sus sentidos para que sólo percibiesen lo que ocurría en su interior; ahogándole las esperanzas de que alguna vez la espera acabaría.
―Calma, calma ―dijo para sí cuando ya no pudo ignorar los latidos de su corazón.
El pecho le latía a velocidad normal pero con una fuerza tremenda, golpeando su esternón de tal manera que creyó que alguien parado a su lado podría oírlo. Respirando pausadamente, inhalando por la nariz despacio, conteniendo el aire un momento y exhalando muy suavemente, logró reducir la violencia de los latidos. Por un tiempo.
Se retorció en su lugar por enésima vez y el torrente de sus pensamiento desbordó el embalse de su voluntad ¿Por qué no ocurría nada? ¿Hace cuanto tiempo ya que esperaba? ¿Acaso no había nada que pudiera hacer? ¿Cuándo acabaría todo? ¿Acaso no había nada que alguien pudiera hacer? ¿Y si pedía ayuda? ¿Alguien ayudaría? ¿Alguien podría? ¿Hace cuanto que todo estaba como estaba? ¿Por qué nada cambiaba? La respiración se le volvió sonora y entrecortada. Apretó los puños y comenzó a dar pequeños pasos a un lado y a otro; trataba inútilmente de disimularlos, no quería que nadie le viese; no quería que nadie supiese.
―Por el amor de Dios ¡Cálmate! ―se dijo con furia y odio― No es tan terrible; hay tantas cosas peores en esta vida ¡Cálmate, maldita sea! ¡Cálmate!
Nuevamente recurrió a lo único que todavía podía controlar para calmar la tormenta en su interior: su respiración. Trató de volverla más pausada; inhalando y exhalando largamente. El aire no ingresaba en una sola bocanada, lo hacía de manera irregular y vacilante, aunque las exhalaciones eran algo más fluidas (un poco). Sus latidos eran ahora tan fuertes que los sentía no sólo en el pecho, sino también en la cabeza y en los puños apretados. La esperanza había muerto; nunca ocurriría; nunca nada cambiaría; todo estaba perdido.
Mas continuaba respirando y con cada nueva respiración lograba una pizca de sosiego. Trató de volver a percibir el mundo al otro lado de su ser. Todo seguía igual ¡Maldita sea! Buscó concentrarse en los detalles, distraer su mente con nimiedades; sus ojos saltaban de un lado a otro sólo logrando detenerse segundos a la vez. Por lo menos nadie parecía estarle prestando atención ¿Acaso no estaban listos para atacarle hace sólo un instante? No, nada de eso había ocurrido; su mente, que le aborrecía, que buscaba torturarle, que deseaba que el sufrimiento fuese tan colosal como para darle muerte allí mismo, lo habían inventado todo; riéndose cruelmente. Respirar, respirar, sólo importaba seguir respirando; inhalar y exhalar, lento, despacio; sintiendo como el aire le inflaba el pecho y la panza y reteniéndolo allí un instante eterno antes de liberarlo. Tenía ganas de llorar; nada podía ser peor que aquella espera eterna; el mundo exterior paralizado por completo mientras su interior no se detenía ni por un segundo y le traía horribles sensaciones de desesperanza y el mismísimo deseo de morir. Ya sentía las lágrimas colmándole los ojos, apunto de rodar por sus mejillas. Y cuando eso ocurriese ya no podría esconderse, todos lo sabrían.
Y entonces ocurrió. Primero fue solo un sonido, un ruido confuso. Luego movimiento; no lo estaba imaginando; realmente estaba pasando, el picaporte había girado y la puerta se estaba abriendo. Sintió como todas las emociones en su interior se aquietaban para darle paso a la euforia ¡El baño estaba libre! ¡Podía entrar! ¡Sí, por Dios, sí!
Autor Javier Banchii
Hubo unos segundos en los que hasta a mí me latía el corazón a cien. Interesante texto.