En la actualidad, la técnica y la cría han dificultado de gran manera los días de los zorros. Los corrales son más intrincados y las gallinas más despiertas; ya no alcanza con saber dónde y cuándo estar, quién estará allí y quién no. El zorro joven no sufre por ello, ha sabido adaptarse a los nuevos corrales y las nuevas gallinas; pues reboza de vida y adaptarse es lo que mejor sabe hacer la vida.
Distinto cantar el del zorro viejo. Con toda una vida de amoldarse tras de sí, ha tenido ya suficiente de eso y lo que mejor sabe hacer ahora es resistir. Y se resiste con implacable eficiencia a los cambios propios, pero condenado al fracaso frente a los ajenos. En otras palabras, pugna por comer hoy. Ayer comió, pero no gallinas y eso no le alcanza.
Va entonces el zorro viejo hasta el corral y busca algún agujero por donde colarse, pero no los encuentra de tamaño suficientemente grande, ni forma de agrandar los que sí hay. Trata entonces de hacerse un a medida cavando, pero no hay tierra por debajo de la cerca; por lo menos no allí donde él puede cavar. Decide esperar que alguna gallina se acerque lo necesario como para atraparla desde fuera, con sus entrenadísimas y sublimes zarpas, pero estas gallinas saben hasta donde aventurarse. Ve entonces como vienen a alimentar a las aves de corral, y se ilusiona el zorro viejo con que alguna, más curiosa que hambrienta, se quede pululando por la puerta abierta, pero ni ellas pululan ni la puerta permanece abierta.
Desesperado, intenta pasar la cerca por arriba en vez de por debajo. Salta tan alto como puede y al sexto salto acepta que no es ese el camino. Mas sabe mucho más que sólo saltar, y las aberturas que no son grandes como para colarse, son lo suficientemente chicas y numerosas como para trepar. El versado ladrón de gallinas comienza el acenso y comprueba, con la excitación de cachorro y las esperanzas del hambriento, que nada lo detiene. A poco de la cima, la cerca troca en alambres, y al tocar los alambres, la más cruel y humillante descarga lo llena de dolor, haciéndolo saltar por los aires; completa el mal trago un duro topetazo contra el suelo.
Se retira entonces, rendido el zorro viejo; a ver si logra juntar algunos grillos y lombrices para la cena. Mientras olfatea el suelo en busca de comida, ve pasar al zorro joven, gallina a la rastra, y le dedica una mirada de resignación.
–Está bien –le dice el exitoso cazador–, la compartiré contigo. Más aún, mañana también lo haré y lo mismo el día siguiente. Mientras eras tú el que podía conseguir gallinas, no pasé hambre. Ahora que soy yo el que el que sabe conseguir que comer, no pasaras hambre tú.
–Gracias, no sé si hubiera llegado a mañana sin ti.
Comen entonces los dos hasta saciarse.
–Es que las gallinas y los corrales no son lo que eran antes –explica el joven–. Por estos días hay que ser mucho más zorro que en los tuyos para atraparlas.
El viejo mira, traga y asiente. Luego habla:
–Tú serás hoy el más zorro de los dos, pero yo te hice zorro a ti. Ahora es tu turno, mañana me enseñaras a atrapar gallinas.
Autor Javier Banchii
Fragmento del taller «La palabra en el cuerpo»
Hermoso.