Cada paso le dolía ahora. Llevaba caminando días y su destino estaba más cerca que nunca. Pero también estaba más lejos que nunca. Traía el cuerpo cansado y las piernas doloridas. Traía el alma pesada y la voluntad maltrecha.
Había apretado más allá del límite y se acrecentaba dentro suyo el temor de que jamás llegaría. Necesitaba llegar, tenía que llegar, nada le era más importante. Esa necesidad lo había propulsado hasta allí; mas comenzaba a creer que lo había llevado demasiado lejos. Si de todas maneras no lo iba a lograr, ¿para qué traerlo hasta aquí? ¿Por qué hacerle creer durante todo este tiempo que podría?
A cada paso, con cada nueva pregunta, el espíritu se le apagaba un poco más y la voluntad lo abandonaba. Entonces tropezó.
No fue un gran tropiezo mas, cansado y dolorido como iba, no consiguió evitar caer. Golpeó aparatosamente contra el suelo y pudo sólo gemir dolor. Había sido vencido, no podía levantarse. Se quedó allí, lamentándose, ya no logrando siquiera llorar. Lo único que aún deseaba.
―Si te caes siete veces, levántate ocho.
Con gran esfuerzo giró para ver quien le hablaba. Había allí, de pie en el camino, un hombre de semblante tranquilo y una tenue sonrisa, que le extendía la mano para ayudarle a levantarse. Tras un instante, tal vez dos, tomó esa mano e intentó incorporarse. No pudo; sin embargo el extraño se agachó y lo levantó del suelo, puso el brazo del caminante sobre sus hombros, le dio un momento para respirar y comenzaron a caminar juntos los dos. Al tiempo, habiendo recuperado el aliento, el caminante habló.
―”Si te caes siete veces, levántate ocho” ―dijo con esfuerzo―. Eso es imposible. Digo, si te caíste siete veces, solo puedes levantarte siete veces ¿no?
Dio entonces dos largas expiraciones y retornó a su protesta.
―¿Qué se supone? ¿Qué me levante ya estando parado? ¿Y eso siquiera cómo sería? ¿Ponerme a caminar con las manos y elevar los pies al aire? Tal vez quieres decir que, con tantas caídas, ya sólo llego si vuelo ¿no? Supongo que podríamos contar que para iniciar el viaje tuve que levantarme una vez antes de la primera caída, como de la cama, digamos. Pero sería muy estúpido, realmente estúpido. Odio los refranes estúpidos.
Tomó aire muy profundo y volvió a hablar.
―Disculpa, no quiero ser maleducado. Yo estaba ahí tirado y tú me ayudaste sin que te lo pida. Y ahora prácticamente me llevas en andas sin pretender nada a cambio. Te estoy tan agradecido, lo estaré toda mi vida, no sabes lo que significa para mí lo que estás haciendo. Es sólo que ―hizo una pausa como para remarcar el hecho de que no podía contenerse―, ¡es un refrán verdaderamente estúpido! Digo, ¡por Dios! ¡Es una idiotez! Bueno, qué sé yo, supongo que podríamos hacer trampa, también. Allá atrás yo me levanté porque tú me levantaste, podríamos contar eso como dos levantadas en una. O podríamos usar alguna tontera metafórica como que primero levanté mi cuerpo y luego levanté mi espíritu. Pero en ese caso también estaría mal, tendría que ser “si te caes siete veces, levántate catorce”. Si vamos a abandonar la lógica, por lo menos, respetemos a las matemáticas ¿no? Tal vez se refiere a “levantarse” en otro sentido. O tal vez está incompleto. Ya dije que se podría contar la primera vez que me levanté en el día, pero no veo razón por la que contar la vez que me levanté de la cama ¿tú sí? Lo que sí, es cierto que, si en vez de considerar la levantada como el acto de levantarse del suelo, la considero como el acto de empezar a avanzar (una extralimitación lingüística, diría yo) podría funcionar. La primera “levantada” se daría sin necesidad de una “caída”. Pero entonces está mal explicado, se presta a demasiada confusión, debería ser “si te caes siente veces, levántate siete y anda ocho”. O “si te caes, levántate y anda” y punto ¿no? Bueno, no, supongo que eso no, es un poco muy no-muerto.
Siguieron así los dos, caminando. Uno apoyándose en el otro, el otro soportándolo en sus hombros. Soportándolo dos veces.
―Otro que me revienta es “mejor pájaro en mano que cien volando” ―recordó, el caminante, uno más de los muchísimos refranes que le parecían ilógicos― ¡¿Y yo para que quiero tener un pájaro en la mano?! ¿Qué, tengo fría la mano y necesito que me la empollen? ¡Pero cuidado! Una sola de las manos, ¡eh! Cien pájaros volando por lo menos son bonitos de mirar ¿Qué soy si no, el pajarero yo? “Si te caes siete veces, levante ocho” ¡Por Dios! Si me caigo siete veces, y me levanto siete veces, me parece que está más que bien ¿no? Ya es para felicitarme, sin andarme pidiendo que encima desafíe las leyes del universo.
Tras esta última reflexión, levantó la vista y lo que vio le aflojó la mandíbula.
―Epa, ¡llegamos! ¡No lo puedo creer!
El extraño entonces lo depósito con cuidado en una silla junto a la puerta y comenzó a alejarse. Tras unos instantes, el caminante, que no salía de su asombro, desvío la mirada del anhelado y necesitado destino al que acaba de llegar, y miró hacia el hombre sin el cual no lo hubiera logrado. Éste, como si pudiera sentir esa mirada, se detuvo, se dio media vuelta y la devolvió. Le sonrió una sonrisa tenue, casi imperceptible y, a la vez, eterna. Detrás de sí el sol del atardecer descendía anaranjado, tiñéndolo todo de dorado. El viento soplaba sin poder decirse hacia dónde. Luego el extraño inclinó su cabeza al caminante y retomó la marcha, en silencio, sin decir palabra.
―¡Pero! ¡¿Y eso qué significa?! ―le gritó el caminante― ¿Y esa sonrisa de qué es? ¿De alegría? ¿De felicitación? ¿De “de nada”? ¿Y por qué tan chica y en silencio? ¿Es que ayudarme hasta aquí fue difícil y tú también estás cansado? ¿Es eso? ¡Oye! ¡Espera, no te vayas! Además, digo, ¿por qué el atardecer? No sería más poético que fuese un amanecer y hubiésemos caminado toda la noche ¡Espera! ¡No te vayas! ¡Me callo, lo prometo!
Tras esto último, al hacer silencio para tomar aire, logró recordar. Juntó, pues, todas las energías que le quedaban para un último esfuerzo.
―¡Gracias! ―gritó.
―¡De nada! ―le respondió el extraño sin darse vuelta.
Autor Javier Banchii