Se conocieron de jóvenes; demasiado jóvenes; poco más que niños dirían los verdaderos adultos. De seguro demasiado inexpertos e inocentes como para comprender o contener el amor que nació entre ellos. Un amor intenso que jamás se ausentaba, que teñía todo los momentos, que moldeaba al mundo. Ella le dijo que lo amaría por siempre, y él le creyó.
Le creyó, tanto que ya nunca lo olvidaría. No lo olvidó luego de que la relación se acabase (si en realidad una relación era lo que habían compartido). No lo olvidó cuando ella se fue a vivir lejos, ni cuando se enteró que se había casado. No lo olvidó con el pasar de los años ni lo olvidó bajo el peso de su penetrante soledad. Jamás lo olvidó él y jamás lo olvidó ella.
―Momento, momento ¿Se conocen y se enamoran en la adolescencia, ella después se casa con otro y él se pasa la vida esperándola? ¿No está bastante gastada esa idea?
―¿No es la trama de “El amor en los tiempos del cólera”?
―Los clichés son clichés por algo. Nacen de las experiencias más humanas, de aquellas que compartimos todos. Por eso le llegan y son capaces de tocar y unir a todas las personas.
―Cierto. Y también son aburridos.
―De todas maneras yo no sé si eso es realmente lo que es el amor. A mí me suena más a obsesión.
―¿Te dije alguna vez que odio a ese psicólogo tuyo?
―El amor tiene que ser algo hermoso. Algo bueno. Siempre es mejor amar que no hacerlo. Tiene que ser felicidad verdadera.
―Aparte, ella elije casarse con otro ¿Dónde está el amor ahí?
―Bueno, pero esto es una “historia de amor”, además de ser “de amor” tiene que ser “historia”. Algún conflicto tiene que haber, sino, ¿qué sentido tiene contarla?
―El conflicto puede venir de afuera, de aquello que no es amor.
La luna llena descansaba alta en el cielo, inundando de pálida luz la medianoche; en esas horas oscuras donde duermen quienes son dueños de sus propias emociones. Ellos, en cambio, no encontraban reposo. Ni lo buscaban. Quietos, muy quietos, se agarraban de la mano y sentían el corazón latirles alocado. Se veían siempre en secreto, se hablaban siempre en susurros. Los padres de él odiaban a los de ella y los de ella odiaban a los de él.
―¡No, no! Ésa menos que menos.
―Estoy totalmente de acuerdo. Y te digo más, me harté de los adolecentes ¿No podemos narrar una sin adolecentes?
―¿Una historia de amor sin adolecentes? Vos no entendés nada del amor.
―¿Qué tal si exploramos el opuesto? Una historia de amor entre un anciano viudo y una anciana viuda. De esa manera podemos entretejer tres amores en una solo historia.
―¿Entre dos ancianos? ¿Y cuál va a ser el conflicto, ver si llegan a juntarse antes de que alguno de los dos se muera?
―Evidentemente vos sí sabés mucho de amor.
―¿Qué tal si intentamos unir ambas historias? Una pareja que se conoce de chicos y permanece juntos hasta viejos, enfrentado juntos todos los desafíos de la vida. Siempre de una manera distinta por ir cambiando ellos con los años, pero siempre unidos por un amor inmutable.
―Suena divertidísimo. Además eso no es amor, eso es compañerismo.
―¡Vieja! ¡¿Ya pusiste el agua de los fideos?!
Ella soltó un resoplido. Uno más que se le escapaba en su vida llena de resoplidos. Ésta prometía ser la larga noche, de un largo día, de una semana que se negaba a terminar.
―No ―respondió, asegurándose que el tono de su voz hiciese saber que una pregunta era todo lo que sería tolerado aquella noche―. Te dije que hoy viene a comer mi hermano con la mujer. Cuando estén llegando pongo los fideos.
―¿Y a qué hora piensan venir? Ya son como las ocho.
―¡Cuando se les cante el culo! ¿Algo más que necesites saber?
―¿Por qué no te venís a mirar la tele conmigo? Está por empezar la novela.
―Ya voy. Sirvo café y voy.
―¿Y eso qué fue?
―Amor. Amor de verdad.
―¿Es una broma?
―No. El amor es que te rompan las pelotas todos los días con la cena y no garcharte al verdulero.
―Me parece que tu analogía es un poco ambigua y un poco difusa. Sin contar que es bastante cruda. Deberíamos intentar algo más directo, algo más palpable. Yo diría: “garcharte al de la fábrica de pastas”.
―¿No podremos intentar con un poquito más de clase? Un poquito más de metáfora, un poquito más de poesía.
Sentado allí, cabizbajo, sus ojos estaban abiertos pero no veían. Esperaba en silencio, con la vista perdida, sólo sintiendo en sus dedos la tenue presión de su mujer negándose a soltarle la mano. Ella respiraba entrecortado, sonoramente, cada vez con mayor dificultad; estaba teniendo una noche difícil. No era la primera y él ya no podía saber si deseaba o no que no fuera la última. Estaba cansado, agobiado, triste y enojado. Sabía que cualquier lugar del mundo sería mejor que esa opresiva y estéril habitación de hospital mas, aun así, no elegiría estar en ninguna otra parte. Ya no sabía qué pensar ni qué sentir. Sólo podía sentir como su mujer seguía aferrándose a su mano. Sólo sabía que si la soltaba en aquel momento, ya nunca nada volvería a importar.
―¡Basta! No me gusta llorar. Esto no.
―Coincido, además esto tampoco es amor. Incluso si lo pulimos mucho, mucho, lo más que va a ser es “sacrificio”.
―Voy a ir a buscar a ese psicólogo y lo voy a romper a trompadas.
―¿Vamos a seguir mucho más así? diciendo qué es lo que el amor no es.
―Tal vez deberíamos empezar por decir que es lo que el amor sí es.
―¿Y qué es lo que el amor sí es?
―¿Yo qué sé?
―¿Y vos? ¿Sabés qué es el amor?
―No, ¿vos?
―Tampoco.
―Tal vez ahí está la clave. Tal vez la esencia misma del amor esté contenida en el hecho de que todos sentimos su importancia, y aun así nadie podría explicar por qué importa o siquiera qué es lo que es.
―Es muy boludo lo que acabás de decir.
―Tengo un buen psicólogo para recomendarte.
―Sí, perdón.
Se conocieron de jóvenes; demasiado jóvenes; poco más que niños dirían los verdaderos adultos. De seguro demasiado inexpertos e inocentes como para comprender o contener el amor que nació entre ellos. Un amor intenso que jamás se ausentaba, que teñía todo los momentos, que moldeaba al mundo mismo. Ella le dijo que lo amaría por siempre, y él le creyó.
Le creyó, y así como le creyó, ya nunca lo olvidaría. No lo olvidó luego de que la relación se acabase (si en realidad una relación es lo que habían compartido). No lo olvidó cuando los padres de ella se la llevaron a vivir lejos, ni cuando se enteró que se había casado. No lo olvidó con el pasar de los años ni lo olvidó bajo el peso de su penetrante soledad. Jamás lo olvidó él y jamás lo olvidó ella.
Un último resoplido.
Autor Javier Banchii