Inspirado por “Yo tuve un niño así” de Fontanarrosa
Hoy salí a comprar un mantel nuevo. No puede ser uno cualquiera, uno ordinario; pienso usarlo para adornar la mesa del comedor mañana por la noche cuando reciba a Natalia y Jorge, mis grandes amigos. Hace casi tres años que no los veo y mañana pasaran una noche en la ciudad y vendrán a visitarme. Se fueron a vivir lejos por trabajo y desde entonces no nos hemos vuelto encontrar. Por supuesto que nos mantenemos en contacto por teléfono e Internet, pero no es lo mismo.
De todos mis amigos son los que más quiero y los más interesantes; siempre tienen alguna historia nueva para contar.
Ya arreglé toda la casa y planeo cocinarles un manjar tan exótico, que conseguir todos los ingredientes me tomó más de una semana. Hasta compré carne picada especial para hacerle hamburguesas caseras a su hijo, Jaimito. Jaimito, el bueno de Jaimito.
Recuerdo con nostalgia cómo los recibí a cenar antes de su viaje en casa. La revolución había estallado en varios países vecinos y nos pasamos la noche entera discutiendo posibles consecuencias geopolíticas. Natalia siempre fue capaz de sorprenderme con sus reflexiones; al día de hoy digo que debería haberse dedicado a la diplomacia internacional. Jorge también es muy culto en cuestiones de política, pero aquella noche no pudo aportar demasiado; a cada rato debía abandonar la conversación para ir a ocuparse de Jaimito. Es que ese chico es tan curioso y enérgico. Le gusta tocar todo. El inquieto de Jaimito.
También preparé para la velada una nutrida selección de películas. Con algo de suerte podremos ver alguna. Fue con ellos, creo, que fui al cine por última vez. Era una película para chicos, claro, pero de esas multifacéticas que cualquier adulto puede disfrutar. No es que esa vez hayamos disfrutado mucho; Jaimito quería ver otra cosa y se puso un poco fastidioso. Cuando comprendió que no haríamos lo que deseaba irrumpió en un llanto desgarrador. No hubo caso, el chico no se callaba, nos echaron de la función antes de que empezara. Jaimito, Jaimito.
Es incluso por él que ando buscando mantel. Es que ya no puedo dejar mi mesa de roble descubierta; durante aquella cena de despedida, hace ya casi tres años, el muchachín inquieto derramó la fuente del estofado sobre la mesa; yo había usado unas especias de oriente y no hubo nada que hacerle, la mancha jamás salió.
Por aquel entonces Jaimito tenía once años; once vibrantes años. Hoy debe ser ya todo un adolecente. Jaimito el adolecente. «Jaime» probablemente prefiera que le llamen. Con toda la pujanza, franqueza y convicción de un joven adulto recién salido de la pubertad.
Ahora que lo pienso mañana tengo planes. Tengo que ir a ayudar a mi tía porque a mi otra tía la operaron de un juanete y no puede ir ¡Que calamidad! Voy a tener que llamar y cancelar. Con la ganas que tenía de ver a Natalia y a Jorge, y a Jaimito. Jaimito, Jaimito.
Autor Javier Banchii
Fragmento del taller «La palabra en el cuerpo»